martes, 14 de abril de 2009

Ciclo inmobiliario e irracionalidad

Acabo de leer un breve artículo titulado "El efecto cuñado". Se indica en él que un 20% de las operaciones de compra de inmuebles que se formalizan en viernes se deshacen el lunes siguiente ante las presiones a que la familia somete a los "incautos" compradores por haber caído en la trampa de comprar un piso cuando los precios están bajando.

¿Pero realmente se equivoca quien compra una vivienda cuando los precios están bajando? La respuesta depende del plazo que consideremos. A corto/medio plazo, sí es posible "equivocarse" (pero sólo durante algún tiempo); a largo plazo es imposible equivocarse. Veamos por qué.

Si se representa gráficamente la evolución histórica de cualquier índice del precio (en términos reales) de la vivienda a lo largo de un período suficientemente prolongado, se observa con facilidad un perfil claramente ascendente a largo plazo en el que se suceden continuas subidas y bajadas, de longitud e intensidad variables a lo largo del tiempo. Representemos el tiempo sobre el eje x y el índice de precios sobre el eje y.

Fijemos un punto cualquiera en el eje x (tiempo), al que corresponderá un valor dado de y (precios), y desplacémonos lo que sea necesario hacia la derecha. Antes o después alcanzaremos un punto del eje x al que corresponderá un valor de y superior al del punto inicial.

Dicho de otro modo, cualquier nivel histórico del precio de la vivienda previamente alcanzado, por disparatado que en su momento haya podido parecer, acabará siendo superado en un momento posterior del tiempo. Debido al hecho antes señalado de que tanto la intensidad como la duración de cada ciclo son variables e imprevisibles, no podremos prever cuando sucederá. Pero ocurrirá inexorablemente.

Consecuencia de lo anterior es que a largo plazo es imposible equivocarse al comprar una vivienda, ya que su valor antes o después acabará siendo superior al que nosotros hayamos podido pagar en su día. Dicho de otra manera, la inversión en vivienda garantiza una rentabilidad positiva en el largo plazo.

Entonces, ¿cuales son las raíces de ese "miedo a equivocarse" tan generalizado a la hora de comprar una casa?

Un factor fundamental es que la compra de un inmueble representa , para la inmensa mayoría de las personas, la inversión más importante que realizará a lo largo de su vida. Además, es una operación poco frecuente para la mayoría, por lo que se enfrentan a una operación económica de gran trascendencia con poca o nula experiencia previa y sin un suficiente conocimiento del mercado.

Todo ello -y más-, aumenta la incertidumbre a la hora de decidir. Aparece el temor a equivocarse. A ser engañados. Al "qué dirán". El miedo a no poder enfrentarse en el futuro a las obligaciones contraídas en el momento de la compra, las cuales hipotecarán -literalmente- la vida del comprador durante muchos años...

Sin embargo - y ahí es donde se manifiesta la irracionalidad - tales miedos se diluyen en la fase alcista y se refuerzan durante la bajista, contribuyendo con ello a exagerar tanto las alzas, de precios, contribuyendo a la aparición y mantenimiento de la burbuja, como las bajadas, propiciando el colapso del mercado.

En las subidas la burbuja explota cuando la realidad se impone súbitamente por algún motivo, sea el que sea, que actúa como detonante. Pero hasta entonces, el mercado continuará sumido en un comportamiento irracional consistente en interpretar erróneamente la subida constante de los precios como una disminución del riesgo, cuando objetivamente supone todo lo contrario: un incremento del mismo.

Es como si cualquiera de nosotros estimara que mientras más años cumple, más le quedan por vivir; sin embargo, nadie dudará de nuestra inteligencia y sagacidad si en pleno boom inmobiliario le contamos que hemos comprado un inmueble y que nos ha costado carísimo.

Y si volvemos la oración por pasiva, podremos ya adivinar cual será la otra cara de la moneda. Pinchada la burbuja, los precios iniciarán un descenso más o menos pronunciado y duradero (ya indicamos que cada ciclo es distinto). Y si antes postulamos que a precios mas altos correspondía un riesgo mayor, ahora podemos afirmar -con toda lógica-, lo contrario: a medida que los precios bajan, el riesgo de pérdida financiera disminuye.

No obstante, si en un momento de lucidez se nos ocurre dar una señal por la compra de una vivienda, nos arriesgaremos a que todo nuestro entorno acabe considerándonos prácticamente unos tontos, o cuando menos desinformados, por haber comprado cuando los precios están bajando. Y en un alarde de amor al prójimo intentarán redimirnos, persuadiéndonos de que anulemos la operación si es que todavía estamos a tiempo: el mencionado "Efecto cuñado".

Entroncando lo anterior con la tendencia secular o a largo plazo, puesto que existen ciclos que hacen variar los precios al alza y a la baja sucesivamente y que se repiten una y otra vez inexorablemente en el tiempo, debería sernos evidente el siguiente hecho: si compramos en la parte baja de un ciclo, lo siguiente que ocurrirá será una subida; mientras que si compramos en la fase alta, tendremos que sufrir la correspondiente bajada antes de que los precios vuelvan a subir.

miércoles, 8 de abril de 2009

Recordando viejos tiempos

Durante la segunda mitad de la década de los 90 del pasado siglo, solía yo pasar mis vacaciones en un pequeño, encantador y todavía poco conocido pueblecito, que por aquel entonces contaba sólo con unos 1.000 habitantes, situado en la costa de Cádiz, llamado Zahara de los Atunes. En aquéllos tiempos, ni la masificación del turismo ni la especulación inmobiliaria se habían cebado todavía en la zona.

En relación con lo primero, el Hotel Atlanterra, Casa Antonio y su magnífico restaurante -directamente situado sobre los cañaverales de la luminosa playa-, y la marisquería Porfirio constituían lugares emblemáticos dotados de una magia innegable y enfocados a un turismo de calidad y de escaso volúmen. Junto a estos lugares -ineludibles para mí- convivían unos pocos pequeños hoteles y pensiones junto a restaurantes de menor categoría pero también con un profundo encanto. Por aquel entonces, aquel pueblecito cuna del torero Paquirri, constituía un perfecto exponente de lo que se ha dado en llamar turismo sostenible.

En cuanto a lo segundo, el boom inmobiliario que había venido experimentado nuestro país y que finalizó con el estallido de la crisis de 1992, había pasado relativamente de largo por Zahara. La única manifestación del mismo -de una cierta importancia-, la constituía un complejo turístico denominado Atlanterra Pueblo, dotado de algo más de un centenar de apartamentos de precioso diseño. La crisis posterior frenó en seco cualquier nueva iniciativa inmobiliaria durante varios años. Y el pinchazo de la burbuja también afectó inexorablemente a la zona, de manera que lo que se había comprado antes de la crisis a un determinado precio no iba a poder ser vendido de ninguna manera al mismo precio una vez que dicha crisis había estallado.

Durante bastante tiempo -años-, el número de carteles de venta colgando de los apartamentos del complejo no dejó de aumentar. A los existentes en cada momento se les iban sumando otros nuevos que, al igual que los anteriores, una vez colgados permanecían allí indefinidamente. Porque prácticamente ninguno encontraba comprador.

Y se daba una circunstancia curiosa: si se solicitaba información sobre los distintos -y numerosos- apartamentos en venta en aquella urbanización, se observaba que los precios pedidos en todos los casos eran muy similares, cuando no idénticos. Recuerdo que el precio que solían pedir por un apartamento de dos dormitorios con garaje era en casi todos los casos de unos diez millones y medio de pesetas. ¿A qué se debía esta aparentemente singular coincidencia?

Pues pura y simplemente a que ésa era mas o menos la cantidad que todos los ahora aspirantes a vendedores habían pagado cuando compraron sus viviendas. Y aunque deseaban vender, nadie estaba dispuesto a hacerlo "perdiendo". A pesar de que sus viviendas valían ahora menos, los vendedores no estaban dispuestos a aceptar el dictamen del mercado. La consecuencia era que no había transacciones.

Para mayor inri, cuando la situación económica del país comenzó a recuperarse, los promotores inmobiliarios volvieron a fijar de nuevo sus ojos en Zahara de los Atunes.; una promotora se decidió a construir una nueva urbanización en la zona. Primera línea de playa, extensísimos jardines, diseño más moderno (aunque quizás con menos encanto), calidades similares, superficies equivalentes, garaje incluido y... ¡a unos siete millones y medio de pesetas!.

De esta forma, se mantuvo durante cierto tiempo un -a mi entender- curioso fenómeno: la coexistencia de dos mercados inmobiliarios completamente separados entre sí. Uno real, que se desarrollaba con fluidez, constituido por la nueva promoción y que se ofrecía a un precio que los compradores estaban dispuestos a pagar; y otro mas bien teórico, enrocado en la ilusión de unos precios históricos que la evolución del mercado había convertido en excesivos.

Desde el punto de vista de la teoría económica, podía predecirse que el mercado inmobiliario de Zahara de los Atunes, globalmente considerado, presentaba una situación de desequilibrio que antes o después se acabaría corrigiendo, como así fue cuando los precios en ambos mercados, hasta entonces estancos, finalmente acabaron confluyendo. A partir de ese punto, las operaciones en Atlanterra Pueblo también comenzaron a fluir y los carteles de venta fueron disminuyendo paulatinamente.

Sin embargo, aquellos vendedores de Atlanterra Pueblo que se mantuvieron en sus trece y decidieron aguantar hasta obtener el mismo precio -pero en términos nominales- que ellos pagaron, consiguieron una victoria de lo más pírrica. Porque si tuvieron que esperar cinco, seis, siete o más años para lograrlo, probablemente perdieron más en términos reales que si hubieran vendido cuando inicialmente decidieron hacerlo, aceptando un precio de mercado. Pero es que de ilusión también se vive...

Lo anterior viene a cuento de las manifestaciones que en relación con la situación actual del mercado inmobiliario se vienen realizando por distintas promotoras, bancos y otras partes interesadas, afirmando -en esencia- que los precios ya han bajado lo que tenían que bajar.

Pero cabe preguntarse que si el mercado ya ha bajado lo que tenía que bajar, como ellos quieren hacernos creer, ¿por qué no hay transacciones, por qué no se venden pisos? Parece obvio que es el mercado, y no ellos, el que dirá si es cierto o no lo que afirman tan alegremente (mi opinión es que no).

Y la prueba será muy sencilla y resultará harto evidente: habrán bajado lo necesario en el momento que las compras vuelvan a fluir. Lo demás no es más que puro voluntarismo.

lunes, 6 de abril de 2009

Acerca de las crisis

Las crisis económicas son la respuesta a un súbito empobrecimiento (relativo) de la economía. Así ocurrió en la crisis de 1929, cuando el desplome de Wall Street anunció su comienzo. Y así fue durante la crisis del petróleo de 1973, la más grave después de la presente, que tuvo su origen en la importante transferencia de rentas que la brusca elevación del precio del petróleo origina desde los países desarrollados -importadores- hacia los países productores de petróleo. Y en la actual, con la importante pérdida de riqueza provocada por la pronunciada caída en el precio de los activos inmobiliarios.

Consecuencia lógica de ese empobrecimiento es la subsiguiente caída del consumo, lo que provoca inexorablemente una reducción de la actividad económica que -de forma igualmente inexorable- lleva a un aumento del paro. La magnitud de la caída y el correlativo aumento del paro (para unas características institucionales dadas del mercado de trabajo) tiene una relación directa con la magnitud del empobrecimiento experimentado.

Pero no únicamente. Porque si al objetivo empobrecimiento se le suman factores sicológicos , que provocan un cambio en las expectativas, inadecuadas actuaciones de política económica, graves problemas en el sistema financiero principalmente originadas en una inadecuada regulación , y limitaciones en la disponibilidad de crédito motivadas por las citadas dificultades, las consecuencias, tanto en su duración como en su profundidad, se verán amplificadas. Todos estos factores están presentes en la actual crisis. Y con especial virulencia, lo que fundamenta su extraordinaria gravedad.

Cuando la última burbuja inmobiliaria explota en Estados Unidos, la brusca caída del precio de la vivienda en aquel país se convierte en el detonante de la situación actual. Un período de varios años de crecimiento económico basado casi exclusivamente en el incremento del endeudamiento de las economías familiares llega así a su fin. El crecimiento económico decae, el paro aumenta y los impagos de hipotecas se incrementan exponencialmente, debido esencialmente a que los bancos, amparados en una insuficiente regulación y en la continuada subida de precios que experimentaba el mercado residencial , habían venido concediendo numerosas hipotecas a personas sin más garantía que el propio bien hipotecado (las hoy famosas "subprime").

El papel de la subida de los precios inmobiliarios en el boom hipotecario estadounidense parece bastante evidente: te doy 100 para que te compres una casa, porque confío en que en caso necesario (impago), su venta me permitirá resarcirme de la deuda. La cadena se trunca en el momento que los incrementos de precio no solo cesan, sino que se vuelven negativos.

Pero, ¿y qué papel juega la insuficiente regulación en la gestación del problema? Ahora está claro. Es lo que ha permitido que los bancos americanos hayan conseguido engañar a entidades financieras e inversores a lo largo y ancho de todo el mundo, diseñando productos que ocultaban deliberadamente el riesgo implícito en los mismos. Si bien es justo reconocer que son éstos mismos bancos probablemente las primeras víctimas de su propia trampa.

martes, 24 de marzo de 2009

IBEX-35 acaricia el 8.000

La sesión de hoy ha supuesto para el IBEX-35 la undécima subida consecutiva. Cada sesión al alza ha servido para que las voces interesadas (en vender, naturalmente) hayan aprovechado para calentar el mercado con cada sesión de subida. Hay quien se atreve a anunciar incluso un "posible" cambio de tendencia basándose en ello. El objetivo es claro: animar al pequeño inversor que, con toda probabilidad, a estas alturas acumula importantes minusvalías -ya sea contables o reales, da igual- a que vuelva a entrar con la esperanza de poder recuperar al menos una parte de esas pérdidas que acumula, para colocarle el papel que a ellos les quema en las manos.

Porque si observamos el gráfico del índice, veremos cómo cada recuperación alcanza un nivel inferior al de la anterior. Y esta es precisamente la definición de tendencia bajista: una sucesión de máximos cada vez más bajos. En estas estamos.

Y es sabido que uno de los aforismos bursátiles más conocidos es el de "operar con la tendencia". Por tanto, es casi seguro que todo inversor que, al calor de una efímera recuperación, entre ahora al alza alentado por los cantos de sirena, será carne de cañón de estos tahúres profesionales.

Se dice y es cierto, que la bolsa cotiza expectativas. Y bastará con mirar a nuestro alrededor para ver que éstas son ahora mismo bien poco halagüeñas. De manera que, de momento, no se dan las condiciones para una mínimamente sólida recuperación de la bolsa.

viernes, 13 de marzo de 2009

Morosidad e inmigración

Segun datos de ASNEF-EQUIFAX (el registro de morosos mas importante de nuestro país), el número de inmigrantes que figuran como tales en sus archivos ascendió en febrero hasta los 665.000, el 192 por ciento más que un año antes.

Por su parte, el número de españoles en la misma situación alcanzó los 2.022.000 millones, el 59,8 por ciento más que en febrero de 2008.

Teniendo en cuenta que el porcentaje de población inmigrante en España es de aproximadamente del 10%, los datos anteriores significan que el porcentaje de morosidad entre los inmigrantes triplica el de españoles en la misma situación.

domingo, 25 de enero de 2009

Productividad a la española

En mi anterior post, "Camareros y albañiles", hacía alguna referencia de pasada al tema de la productividad de nuestra economía. No me resisto a caricaturizar lo que podría ser la jornada de trabajo de cualquier funcionario o empleado de más de una gran empresa. No pretende ser mas que eso, una caricatura. Y como todas las caricaturas, no constituye una representación "naturalista" del personaje. Pero seguro que muchos adivinarán sus rasgos en la caricatura.

Comencemos por la llegada al puesto de trabajo. Diez minutos tarde, porque el tráfico estaba fatal, el autobús no llegaba (por el mismo motivo) o es que aparcar está imposible. 'Claro, claro...', comprensión y complicidad generalizada por parte de todos los compañeros, e incluso de los jefes. Estamos acostumbrados, al fin y al cabo nos ocurre casi cada día. Sin embargo, nadie parece caer en la cuenta de que, saliendo diez minutos antes de nuestra casa, el problema no existiría.

Tras cinco minutos en el puesto de trabajo, durante los cuales aprovechamos para ordenar un poco la mesa que abandonamos precipitadamente el día anterior al llegar la hora de salida -no podíamos perder ni un segundo, porque si no, llegamos a las tantas a casa- acudimos al lavabo ( ¡Es que no he tenido tiempo ni de terminar de pintarme...). Tras unos minutos retocándonos e intercambiando impresiones con otros compañeros, volvemos a nuestra mesa, no sin antes pasar por la máquina del café, ante la cual invertimos otros pocos minutos.

De nuevo en nuestra mesa. Consultamos nuestro correo profesional. De paso, aprovechamos -es sólo un momento- para revisar el nuestro particular usando medios y tiempo de la empresa. Puede que incluso, ya puestos, aprovechemos para consultar por internet las últimas noticias sobre temas de nuestro interés (si es lunes, con más motivo, ya que necesitaremos conocer todos los comentarios sobre lo ocurrido en la jornada deportiva del domingo. Lo hacemos impunemente, sin tapujos, no hay nada malo, es nuestro derecho, faltaría más!, ya que el simple hecho de que sea la empresa la que paga y pone a nuestra disposición el ordenador con conexión a Internet para facilitar nuestro trabajo, no le dá derecho a inmiscuirse en nuestra intimidad vigilando o limitando el uso que hacemos de esos medios de producción. Además, así lo ha entendido -y consagrado- más de un juzgado de lo social cuando, alguna empresa, se ha atrevido a intentar limitar o impedir de alguna manera, el uso por parte de sus empleados de las conexiones a internet en el puesto de trabajo para fines particulares, por lo que podemos hacerlo con la más absoluta tranquilidad. Aprovechamos que el teléfono es gratis -para nosotros- para hacer algunas llamadas particulares que tenemos pendientes.

Pensamos que ya es momento de empezar en serio. Iniciamos nuestra labor profesional, nuestro trabajo: aquel por el que la empresa nos paga, sea cual sea. Durante esos breves minutos, experimentamos una profunda autosatisfacción al tomar conciencia de nuestro nivel de compromiso y entrega con la misma, a pesar de las "malas" condiciones de trabajo, su "dureza" y el "escaso" sueldo que percibimos.

Caemos en la cuenta de que el ticket de la O.R.A. está a punto de caducar. Le decimos al compañero: "Si pregunta el jefe, que he bajado a la calle a renovar el ticket", y abandonamos la oficina precipitadamente. Bajamos a la calle, buscamos la maquinita más próxima y -ya sin prisa- nos dirigimos a nuestro coche correctamente aparcado. Colocamos el ticket que nos evitará una dolorosa multa. Volvemos tranquilamente hacia nuestra oficina, disfrutando del magnífico dia que hoy hace.

De nuevo en nuestro puesto de trabajo. Reanudamos una vez más nuestra espasmódica labor. Nuestro trabajo discurre con normalidad y eficacia durante algunos minutos: hemos avanzado mucho, estamos satisfechos. De pronto, experimentamos la aguda necesidad de echar un cigarrito. Es un derecho del trabajador, está recogido en convenio. Como no se puede fumar en la oficina (las tonterías de los no fumadores), tendremos que bajar a la calle, qué remedio... Nos vemos "obligados" a interrumpir nuestro trabajo una vez más en contra de nuestro deseo, que hubiera sido continuar con lo que estábamos haciendo, ahora que ya habíamos entrado en calor...

Cuando estamos subiendo hacia nuestra oficina, nos cruzamos con varios compañeros: "Venga, vente con nosotros, que es la hora de almorzar, vamos ahí al lado, al bar ese que ponen el café tan bueno, tres o cuatro calles más abajo...". Les acompañas. Al fin y al cabo es la hora de almorzar y tienes todo el derecho.

Entre café, cigarrillo, más llamadas particulares, nuevas consultas a nuestro correo -privado-, consultas a las ultimas noticias y alguna que otra -eso sí, breve- charla con algún compañero que viene a interrumpirnos para comentarnos algún tema personal y al que no podemos dejar de escuchar, va transcurriendo -lentamente- la jornada...

Cuando faltan 15 minutos, caemos en la cuenta de que precisamente hoy no podemos llegar tarde a casa. Es imperativo que estemos allí antes de tal hora (no importa el motivo). Por ello, nos dirigimos a nuestro jefe inmediato y le explicamos nuestro problema: "Fernando, es que tengo que estar hoy en casa antes de las cuatro sin falta, no te importa que me vaya ya, verdad?

Fernando, cuyo sueldo no depende en absoluto de nuestro rendimiento -ni siquiera del suyo- nos contesta sin dudar: "Claro, claro, vete ya, no te preocupes...". Aprovechamos una vez más que el teléfono es gratis -para nosostros- para informar del éxito de nuestra gestión: "Que ya salgo para allá". Terminamos de ponernos el abrigo y nos lanzamos al ascensor. Otro duro día de trabajo acaba de terminar.

Por la tarde, reunión con unos amigos. Entre broma y broma, se intercalan comentarios sobre temas realmente serios: lo mal que se está poniendo el trabajo, lo difícil que resulta en este país conciliar la vida laboral y personal, lo poco que nos pagan y lo caro que está todo, hay que ver como nos explotan, lo mal que funciona el transporte público, la cantidad de dinero que nos descuentan por el IRPF, el tiempo que desperdiciamos en ir y volver del trabajo...

Mucho de lo escrito más arriba forma parte de nuestra cultura laboral. Situaciones que los trabajadores perciben como derechos adquiridos de facto, cuando no se encuentran incluso jurídicamente protegidos, al venir recogidos en los convenios colectivos.

¿Podría ser que lo que hemos llamado nuestra cultura laboral tenga algo que ver con el hecho de que en estos momentos España tenga una tasa de paro que duplica la media de la UE?.


sábado, 24 de enero de 2009

Camareros y albañiles

Un rápido y superficial paseo por los sectores económicos a los que ya afecta la crisis de forma aguda, basta para evidenciar lo que realmente se avecina y. debería bastar para poner los pelos de punta incluso al más optimista. Porque lo peor de esta crisis no sólo no ha pasado, sino que está aún por llegar. Sólo un ciego o un político pueden no verlo.

Es más que previsible -desde mi punto de vista-, que a no mucho tardar, incluso las previsiones de la UE sobre la economía española, menos optimistas aún que las del Gobierno y que hablaban de un -2% de variación en nuestro PIB durante el 2009 se tengan que volver a revisar a la baja. Y todo ello sin necesidad de que tenga que ocurrir una segunda crisis financiera, algo que todavía no está completamente descartado por algunos economistas.

La situación de crisis galopante que vive el sector de la construcción es más que conocida. En 2009 las previsiones hablan de unas 150.000 viviendas iniciadas para todo el año, y supone la cifra mas baja de los últimos 50 años. La procesión de promotoras y constructoras ante los juzgados continúa. Cemento, cerámica, vidrio, sanitarios, carpintería, mobiliario, suministros para el hogar, etc., colapsan en sintonía. Este sector llegó a generar el 13% de nuestro PIB.

Comparable repercusión mediática está mereciendo el sector del automóvil. Los ERE se suceden uno tras otro; la producción, en un 80% destinada a la exportación, cae de forma importante. Pero no tanto como las ventas en nuestro mercado interior, afortunadamente. Si la producción automovilística española hubiera estado destinada principalmente al mercado interior, la caída de la producción y su efecto sobre el empleo hubieran sido auténticamente demoledores, comparables al crack experimentado por la construcción. Su correspondiente industria auxiliar, concesionarios, incluso autoescuelas, siguen el sendero marcado.

El turismo, lastrado por la situación exterior y muy principalmente por la fuerte depreciación de la libra, sufre también una fuerte caída en su actividad. La hostelería en general por su parte, se resiente de la debilidad del consumo y también ha iniciado la senda de la reducción de empleo.

Qué nos queda? Una economía como la española, en la que el aporte tecnológico es reducido y su competitividad escasa, que se asienta de manera tan importante sobre los tres sectores mencionados (construcción, automóvil y turismo), con un nivel de endeudamiento de las economías domésticas entre los mas elevados del mundo y con mayor dependencia energética que otras economías de su entorno, no lo tiene fácil.

Pero no ya siquiera para recuperar el crecimiento. Es que será difícil incluso frenar el deterioro.

La situación de los mercados financieros, que a nuestro modo de ver todavía está lejos de estabilizarse, no es previsible que cambie en mucho tiempo y si bien los tipos de interés nominales se mantienen a niveles muy bajos, siendo previsible incluso que continuarán bajando, las alegrías crediticias del pasado no volverán en mucho tiempo.

Esto, junto con otros varios factores, como el millón de viviendas sin vender que existen en este momento, elevado nivel de endeudamiento de las familias, incertidumbre, situación del empleo y otras, descarta la posibilidad de que la construcción pueda actuar de nuevo como motor de la economía ni siquiera a medio plazo.

El automóvil, aunque como decíamos dirige su producción en un 80% a la exportación, también depende de forma importante de algunos de los factores que afectan a la construcción, entre ellos la disponibilidad de financiación. Habiendo experimentado también su propio boom, tendrá ahora que sufrir su propio via crucis para purgar los excesos. Incluso es posible que no vuelva a ser el mismo nunca más, desde el momento que algunas empresas productoras radicadas en nuestro país se puedan amparar en la situación para trasladar la producción a otros países.

El turismo, sector siempre en un difícil equilibrio y cada vez sometido a mayores presiones tampoco creemos que presente perspectivas halagüeñas. Junto al aumento de la competencia exterior, con una oferta de creciente calidad a unos precios muy competitivos, el abaratamiento del transporte debido a la bajada del petróleo y -sobre todo- el previsible y deseable aumento en la seguridad internacional que el final de la era Bush supondrá, facilitará que una parte de la demanda turística internacional se dirija a otros destinos que ahora resultarán mas atractivos.

Y es que se ha dicho que España es un país de camareros y albañiles, lo cual es bastante cierto. Y no deja de ser difícil entender que, mientras se nos repite cada día que las nuevas generaciones son las más preparadas de nuestra historia, acaben convertidos inexorablemente en parados o en mileuristas, teniendo que elegir entre trabajar como camarero o albañil. Bueno, suele haber otras dos opciones frecuentes, administrativo o comercial de cualquier multinacional que decide, investiga, desarrolla y produce fuera y viene únicamente a vendernos sus productos aprovechando que la menor competitividad y desarrollo tecnológico de nuestra economía le da una ventaja comparativa.

¿Por qué no aprovechamos la crisis y decidimos apostar por una economía con menos albañiles y camareros?