domingo, 25 de enero de 2009

Productividad a la española

En mi anterior post, "Camareros y albañiles", hacía alguna referencia de pasada al tema de la productividad de nuestra economía. No me resisto a caricaturizar lo que podría ser la jornada de trabajo de cualquier funcionario o empleado de más de una gran empresa. No pretende ser mas que eso, una caricatura. Y como todas las caricaturas, no constituye una representación "naturalista" del personaje. Pero seguro que muchos adivinarán sus rasgos en la caricatura.

Comencemos por la llegada al puesto de trabajo. Diez minutos tarde, porque el tráfico estaba fatal, el autobús no llegaba (por el mismo motivo) o es que aparcar está imposible. 'Claro, claro...', comprensión y complicidad generalizada por parte de todos los compañeros, e incluso de los jefes. Estamos acostumbrados, al fin y al cabo nos ocurre casi cada día. Sin embargo, nadie parece caer en la cuenta de que, saliendo diez minutos antes de nuestra casa, el problema no existiría.

Tras cinco minutos en el puesto de trabajo, durante los cuales aprovechamos para ordenar un poco la mesa que abandonamos precipitadamente el día anterior al llegar la hora de salida -no podíamos perder ni un segundo, porque si no, llegamos a las tantas a casa- acudimos al lavabo ( ¡Es que no he tenido tiempo ni de terminar de pintarme...). Tras unos minutos retocándonos e intercambiando impresiones con otros compañeros, volvemos a nuestra mesa, no sin antes pasar por la máquina del café, ante la cual invertimos otros pocos minutos.

De nuevo en nuestra mesa. Consultamos nuestro correo profesional. De paso, aprovechamos -es sólo un momento- para revisar el nuestro particular usando medios y tiempo de la empresa. Puede que incluso, ya puestos, aprovechemos para consultar por internet las últimas noticias sobre temas de nuestro interés (si es lunes, con más motivo, ya que necesitaremos conocer todos los comentarios sobre lo ocurrido en la jornada deportiva del domingo. Lo hacemos impunemente, sin tapujos, no hay nada malo, es nuestro derecho, faltaría más!, ya que el simple hecho de que sea la empresa la que paga y pone a nuestra disposición el ordenador con conexión a Internet para facilitar nuestro trabajo, no le dá derecho a inmiscuirse en nuestra intimidad vigilando o limitando el uso que hacemos de esos medios de producción. Además, así lo ha entendido -y consagrado- más de un juzgado de lo social cuando, alguna empresa, se ha atrevido a intentar limitar o impedir de alguna manera, el uso por parte de sus empleados de las conexiones a internet en el puesto de trabajo para fines particulares, por lo que podemos hacerlo con la más absoluta tranquilidad. Aprovechamos que el teléfono es gratis -para nosotros- para hacer algunas llamadas particulares que tenemos pendientes.

Pensamos que ya es momento de empezar en serio. Iniciamos nuestra labor profesional, nuestro trabajo: aquel por el que la empresa nos paga, sea cual sea. Durante esos breves minutos, experimentamos una profunda autosatisfacción al tomar conciencia de nuestro nivel de compromiso y entrega con la misma, a pesar de las "malas" condiciones de trabajo, su "dureza" y el "escaso" sueldo que percibimos.

Caemos en la cuenta de que el ticket de la O.R.A. está a punto de caducar. Le decimos al compañero: "Si pregunta el jefe, que he bajado a la calle a renovar el ticket", y abandonamos la oficina precipitadamente. Bajamos a la calle, buscamos la maquinita más próxima y -ya sin prisa- nos dirigimos a nuestro coche correctamente aparcado. Colocamos el ticket que nos evitará una dolorosa multa. Volvemos tranquilamente hacia nuestra oficina, disfrutando del magnífico dia que hoy hace.

De nuevo en nuestro puesto de trabajo. Reanudamos una vez más nuestra espasmódica labor. Nuestro trabajo discurre con normalidad y eficacia durante algunos minutos: hemos avanzado mucho, estamos satisfechos. De pronto, experimentamos la aguda necesidad de echar un cigarrito. Es un derecho del trabajador, está recogido en convenio. Como no se puede fumar en la oficina (las tonterías de los no fumadores), tendremos que bajar a la calle, qué remedio... Nos vemos "obligados" a interrumpir nuestro trabajo una vez más en contra de nuestro deseo, que hubiera sido continuar con lo que estábamos haciendo, ahora que ya habíamos entrado en calor...

Cuando estamos subiendo hacia nuestra oficina, nos cruzamos con varios compañeros: "Venga, vente con nosotros, que es la hora de almorzar, vamos ahí al lado, al bar ese que ponen el café tan bueno, tres o cuatro calles más abajo...". Les acompañas. Al fin y al cabo es la hora de almorzar y tienes todo el derecho.

Entre café, cigarrillo, más llamadas particulares, nuevas consultas a nuestro correo -privado-, consultas a las ultimas noticias y alguna que otra -eso sí, breve- charla con algún compañero que viene a interrumpirnos para comentarnos algún tema personal y al que no podemos dejar de escuchar, va transcurriendo -lentamente- la jornada...

Cuando faltan 15 minutos, caemos en la cuenta de que precisamente hoy no podemos llegar tarde a casa. Es imperativo que estemos allí antes de tal hora (no importa el motivo). Por ello, nos dirigimos a nuestro jefe inmediato y le explicamos nuestro problema: "Fernando, es que tengo que estar hoy en casa antes de las cuatro sin falta, no te importa que me vaya ya, verdad?

Fernando, cuyo sueldo no depende en absoluto de nuestro rendimiento -ni siquiera del suyo- nos contesta sin dudar: "Claro, claro, vete ya, no te preocupes...". Aprovechamos una vez más que el teléfono es gratis -para nosostros- para informar del éxito de nuestra gestión: "Que ya salgo para allá". Terminamos de ponernos el abrigo y nos lanzamos al ascensor. Otro duro día de trabajo acaba de terminar.

Por la tarde, reunión con unos amigos. Entre broma y broma, se intercalan comentarios sobre temas realmente serios: lo mal que se está poniendo el trabajo, lo difícil que resulta en este país conciliar la vida laboral y personal, lo poco que nos pagan y lo caro que está todo, hay que ver como nos explotan, lo mal que funciona el transporte público, la cantidad de dinero que nos descuentan por el IRPF, el tiempo que desperdiciamos en ir y volver del trabajo...

Mucho de lo escrito más arriba forma parte de nuestra cultura laboral. Situaciones que los trabajadores perciben como derechos adquiridos de facto, cuando no se encuentran incluso jurídicamente protegidos, al venir recogidos en los convenios colectivos.

¿Podría ser que lo que hemos llamado nuestra cultura laboral tenga algo que ver con el hecho de que en estos momentos España tenga una tasa de paro que duplica la media de la UE?.


sábado, 24 de enero de 2009

Camareros y albañiles

Un rápido y superficial paseo por los sectores económicos a los que ya afecta la crisis de forma aguda, basta para evidenciar lo que realmente se avecina y. debería bastar para poner los pelos de punta incluso al más optimista. Porque lo peor de esta crisis no sólo no ha pasado, sino que está aún por llegar. Sólo un ciego o un político pueden no verlo.

Es más que previsible -desde mi punto de vista-, que a no mucho tardar, incluso las previsiones de la UE sobre la economía española, menos optimistas aún que las del Gobierno y que hablaban de un -2% de variación en nuestro PIB durante el 2009 se tengan que volver a revisar a la baja. Y todo ello sin necesidad de que tenga que ocurrir una segunda crisis financiera, algo que todavía no está completamente descartado por algunos economistas.

La situación de crisis galopante que vive el sector de la construcción es más que conocida. En 2009 las previsiones hablan de unas 150.000 viviendas iniciadas para todo el año, y supone la cifra mas baja de los últimos 50 años. La procesión de promotoras y constructoras ante los juzgados continúa. Cemento, cerámica, vidrio, sanitarios, carpintería, mobiliario, suministros para el hogar, etc., colapsan en sintonía. Este sector llegó a generar el 13% de nuestro PIB.

Comparable repercusión mediática está mereciendo el sector del automóvil. Los ERE se suceden uno tras otro; la producción, en un 80% destinada a la exportación, cae de forma importante. Pero no tanto como las ventas en nuestro mercado interior, afortunadamente. Si la producción automovilística española hubiera estado destinada principalmente al mercado interior, la caída de la producción y su efecto sobre el empleo hubieran sido auténticamente demoledores, comparables al crack experimentado por la construcción. Su correspondiente industria auxiliar, concesionarios, incluso autoescuelas, siguen el sendero marcado.

El turismo, lastrado por la situación exterior y muy principalmente por la fuerte depreciación de la libra, sufre también una fuerte caída en su actividad. La hostelería en general por su parte, se resiente de la debilidad del consumo y también ha iniciado la senda de la reducción de empleo.

Qué nos queda? Una economía como la española, en la que el aporte tecnológico es reducido y su competitividad escasa, que se asienta de manera tan importante sobre los tres sectores mencionados (construcción, automóvil y turismo), con un nivel de endeudamiento de las economías domésticas entre los mas elevados del mundo y con mayor dependencia energética que otras economías de su entorno, no lo tiene fácil.

Pero no ya siquiera para recuperar el crecimiento. Es que será difícil incluso frenar el deterioro.

La situación de los mercados financieros, que a nuestro modo de ver todavía está lejos de estabilizarse, no es previsible que cambie en mucho tiempo y si bien los tipos de interés nominales se mantienen a niveles muy bajos, siendo previsible incluso que continuarán bajando, las alegrías crediticias del pasado no volverán en mucho tiempo.

Esto, junto con otros varios factores, como el millón de viviendas sin vender que existen en este momento, elevado nivel de endeudamiento de las familias, incertidumbre, situación del empleo y otras, descarta la posibilidad de que la construcción pueda actuar de nuevo como motor de la economía ni siquiera a medio plazo.

El automóvil, aunque como decíamos dirige su producción en un 80% a la exportación, también depende de forma importante de algunos de los factores que afectan a la construcción, entre ellos la disponibilidad de financiación. Habiendo experimentado también su propio boom, tendrá ahora que sufrir su propio via crucis para purgar los excesos. Incluso es posible que no vuelva a ser el mismo nunca más, desde el momento que algunas empresas productoras radicadas en nuestro país se puedan amparar en la situación para trasladar la producción a otros países.

El turismo, sector siempre en un difícil equilibrio y cada vez sometido a mayores presiones tampoco creemos que presente perspectivas halagüeñas. Junto al aumento de la competencia exterior, con una oferta de creciente calidad a unos precios muy competitivos, el abaratamiento del transporte debido a la bajada del petróleo y -sobre todo- el previsible y deseable aumento en la seguridad internacional que el final de la era Bush supondrá, facilitará que una parte de la demanda turística internacional se dirija a otros destinos que ahora resultarán mas atractivos.

Y es que se ha dicho que España es un país de camareros y albañiles, lo cual es bastante cierto. Y no deja de ser difícil entender que, mientras se nos repite cada día que las nuevas generaciones son las más preparadas de nuestra historia, acaben convertidos inexorablemente en parados o en mileuristas, teniendo que elegir entre trabajar como camarero o albañil. Bueno, suele haber otras dos opciones frecuentes, administrativo o comercial de cualquier multinacional que decide, investiga, desarrolla y produce fuera y viene únicamente a vendernos sus productos aprovechando que la menor competitividad y desarrollo tecnológico de nuestra economía le da una ventaja comparativa.

¿Por qué no aprovechamos la crisis y decidimos apostar por una economía con menos albañiles y camareros?

jueves, 22 de enero de 2009

Escandalo nacional

Hace unos pocos días y todos a una, los bancos españoles anunciaban que -a pesar de la crisis y de las ayudas públicas- mantendrían sus dividendos. El gobierno respondía diciendo que "respetaba" la decisión. Una decisión que representa 8.000 millones de euros.

Sin embargo, la respetabilidad de la decisión es cuando menos, discutible. De la amplísima batería de medidas anunciadas por el Gobierno para hacer frente a la crisis, puede afirmarse que las únicas plenamente operativas hasta el momento son aquéllas relacionadas con el apoyo al sector financiero. Avales y subastas de liquidez fueron puestos en marcha, con inusitada rapidez -casi de la noche a la mañana- y en un alarde de inusual eficacia por la administración, con el fin de apoyar al sector financiero que -por cierto-, al anuncio de cada medida respondía con un displicente y público "no lo necesito" para a continuación imponer sus condiciones para aceptar las ayudas.

El gobierno justificaba ese "respeto" con el argumento de que tanto avales como inyecciones de liquidez no constituyen subvenciones. Los bancos defendían su decisión afirmando que su situación es distinta -mejor- que la de los bancos americanos y del resto de Europa.

Mientras, al Santander, que hace unos pocos meses aún alardeaba de que en 2008 alcanzaría unos beneficios de 10.000 millones de euros, le siguen estallando los problemas en pleno rostro uno tras otro. La repercusiones de Lehman Bros., Madoff, Fortis, RBS o el saneamieto de las adquisiciones realizadas durante la tormenta financiera internacional tendrán un efecto importante sobre la cuenta de resultados de la entidad. Otras entidades menos ambiciosas es probable que sufran un menor castigo, pero es casi imposible que alguna entidad española haya salido totalmente indemne de la crisis financiera.

Y queda todavía por digerir por parte del sector financiero patrio el problema de las deudas contraídas por promotoras y constructoras, que en conjunto ascienden a unos 450.000 millones de euros y que -fruto de la crisis inmobiliaria- previsiblemente acabarán suponiendo una pesada losa sobre las cuentas de resultados de bancos y cajas. Por su parte, las adversas perspectivas económicas indudablemente reducirán las posibilidades de negocio de las entidades, lastrando adicionalmente el crecimiento de sus resultados.

Por tanto, parece que una medida prudente sería eliminar o al menos reducir el dividendo y dedicar ese dinero a reservas que pudieran, en caso necesario, permitir afrontar futuros problemas de solvencia, o incrementar las posibilidades de concesión de créditos sin recurrir a fuentes externas.

Porque, incluso suponiendo que nuestro sistema financiero esté aún sano, es más que previsible que su supuesta buena salud no dure indefinidamente. Y mientras que para repartir lo que se guardó siempre hay tiempo (y que si no se reparte, cuando menos incrementa nuestra riqueza), dilapidar lo que pronto podria necesitarse no representa la opción mas conveniente.

A no ser que se cuente con la seguridad de que el dinero público acudirá cuando se necesite ; que se tenga el convencimiento de que al gobierno de turno -sea del color que sea- siempre se verá obligado a respetar uno de los principios básicos del capitalismo más liberal: "privatización de beneficios, socialización de pérdidas". O por emplear la expresión inglesa, "moral hazard" puro y duro

domingo, 11 de enero de 2009

El porqué de la explosión del paro en España

Se dice que en el pecado está la penitencia. La buena noticia es que con la penitencia se consigue a su vez la absolución. Nuestro pecado ha sido el boom inmobiliario vivido, que sin ser un fenómeno exclusivamente español, sí que ha tenido especial intensidad entre nosotros, siendo ésta especial intensidad la causa -no única, pero sí principal- de la actual y dramática explosión del desempleo en nuestro país. Y es ésta la penitencia que deberemos sufrir.

El boom inmobiliario español tiene diversos motivos. Pero el principal es sin duda que, al mantenerse un diferencial de inflación positivo en relación a la media de la zona euro durante varios años, los tipos de interés reales se han mantenido a su vez extraordinariamente bajos durante un largo periodo de tiempo.

Y constituyendo las burbujas inmobiliarias siempre y en todas partes fenómenos fundamentalmente monetarios, la respuesta del mercado inmobiliario español a una situación tan favorable no podía ser una excepción. Y no lo fue (el caso español no difiere mucho -por ejemplo- del irlandés, con problemas similares en el sector inmobiliario y por los mismos motivos, ni del de algunos otros países).

La demanda de inmuebles se ve espoleada por los bajos tipos de interés reales, que provocan la ilusión de que cualquiera puede ser propietario de un piso. Y la oferta, como no podía ser de otra manera en una economía de libre mercado, no hace más que responder a esa demanda exacerbada con una producción igualmente desmedida.

La ilusión llega a generalizarse de tal manera que incluso las entidades financieras se contagian de la misma, rebajando en forma notable las exigencias a la hora de conceder un préstamo, tanto a compradores como a promotores: el boom no hubiera sido posible de no haber sido alimentado por el sector financiero, que se ve obligado incluso a endeudarse en el exterior para poder satisfacer las ingentes peticiones de crédito destinadas a la promoción y compra de inmuebles.

Pero por otra parte, el mantenimiento en el tiempo de ese diferencial de inflación positivo con relación a nuestros socios comerciales conlleva una pérdida continuada de competitividad de nuestra economía que, al estar anclada al euro, no puede ser compensada mediante una correlativa depreciación monetaria. De esta manera, dicho desequilibrio sólo podrá ser compensado vía destrucción de empleo.

En ausencia del boom inmobiliario vivido, el resultado hubiera sido un constante aunque relativamente suave aumento del desempleo a lo largo del tiempo. Pero la exuberancia inmobiliaria que experimentábamos permitió absorber no sólo a esos trabajadores expulsados de otros sectores sometidos a esa constante pérdida de competitividad, sino también a los que se iban incorporando por primera vez al mercado de trabajo y a los varios millones de trabajadores inmigrantes, llegados en los últimos años a nuestro país. Todos ellos encontraron fácil acomodo en un sector de la construcción que precisaba de ingentes cantidades de mano de obra para mantener un ritmo productivo de 800.000 viviendas anuales, más que Italia, Francia y Alemania juntas (para una población cinco veces menor).

Podría decirse pues, que el fuerte crecimiento económico experimentado por nuestro país en los últimos años ha constituido una sostenida huida hacia adelante sustentada en un endeudamiento creciente tanto por parte de las familias como de los promotores inmobiliarios y hasta de las propias entidades financieras. Un crecimiento basado fundamentalmente en una continua expansión del crédito, o sea, de base exclusivamente monetaria.

Por ello, cuando estalla la crisis financiera internacional, con el consiguiente colapso del crédito a todos los niveles, el efecto sobre nuestra economía es instantáneo y especialmente intenso. La congelación del crédito provoca un bloqueo inmediato del sector inmobiliario que arroja al paro en cuestión de pocos meses a más de 500.000 trabajadores. Pero los posteriores efectos de la crisis financiera sobre otros sectores de la economía real añaden más leña al fuego. Y por último, se siguen produciendo nuevas incorporaciones al mercado de trabajo.

Es la suma de todo ello lo que provoca el explosivo crecimiento del paro en 2008, si bien como señalábamos no todo el incremento se debe a la destrucción de empleo. Finalmente, al acabar el año las estadísticas contabilizan casi un millón más de desempleados y el paro alcanza su record histórico en términos absolutos, superando los tres millones de desempleados.

Record que con toda probabilidad se verá superado a lo largo del 2009. El sector de la construcción seguirá sometido a un ajuste que se profundizará durante este año, por lo que seguirá perdiendo empleo. El empeoramiento de las expectativas económicas, y las dificultades de acceso a la financiación seguirán afectando a la economía real durante quizás 4 a 6 trimestres, periodo en el que el crecimiento económico será negativo o muy reducido y por tanto incapaz de generar empleo. Nuestra penitencia por los excesos cometidos será rozar -si no superar- los cuatro millones de parados y una tasa del 18%, con las gravísimas consecuencias sociales que ello conllevará.

Hemos hablado del pecado y de la penitencia. Pero ¿y la buena noticia?

Pues la buena noticia es que a medida que avanzamos en el cumplimiento de nuestra penitencia, las puertas del perdón se nos van abriendo, en forma de disminución -no menos explosiva- de nuestra tasa de inflación, que ha pasado en cinco meses del 5,3% al 1,5%, situándose por vez primera por debajo del IPC armonizado. Es incluso posible que para el próximo verano esté rondando el cero por ciento.

Si se mantiene la tendencia -y la debilidad de la demanda interna hace pensar que así será- empezaremos a experimentar el proceso contrario al antes descrito: eliminada la hipertrofia del sector inmobiliario y con un diferencial de inflación negativo, nuestra economía se irá volviendo progresivamente más competitiva, lo que redundará en una mayor demanda de nuestras exportaciones y en menos importaciones. Ello será lo que vaya sentando las bases de una recuperación económica con base real y no únicamente financiera, que como se ha demostrado una vez mas es "pan para hoy y hambre para mañana". Que así sea.

viernes, 9 de enero de 2009

NFP no sorprende... ¿o sí?

Acaba de hacerse publico el dato del indicador NFP correspondiente a diciembre (ver post anterior). Su valor ha resultado ser de -524.000. La previsión de los analistas estaba en -523.000, por lo que no ha habido sorpresas en este sentido.

En lo relativo a las bolsas, quince minutos después de la población del dato, que es cuando escribo esto, el DJI pierde un 0,31%, mientras que las bolsas europeas tampoco han reaccionado de forma apreciable. Puede decirse que el efecto sobre las mismas ha sido nulo.

Sin embargo, la influencia sobre la cotización EURUSD ha sido notoria, habiéndose movido su precio en sólo quince minutos entre 1,3750 y 1,3600, ¡ciento cincuenta pips en un cuarto de hora!. Una elevada volatilidad probablemente relacionada con la cancelación de posiciones por especuladores a corto que no han acertado en su apuesta y no con el valor del indicador en sí.

Acerca del paro

El paro aumentó en España durante el mes de diciembre en 139.694 personas, con lo que el número total de los que han perdido su empleo durante el año 2008 asciende oficialmente a 999.416. El número total de parados sube por primera vez desde 1987 por encima de los tres millones y alcanza la cifra más alta jamás registrada al situarse en los 3.128.963.

Por su parte, la tasa de paro en España se colocó en noviembre de 2008 en el 13,4%. La media en la zona Euro en el mismo período fue del 7,8%, mientras que en Estados Unidos llegó al 6,7%.

La situación del empleo en nuestro país, así como las perspectivas para los próximos meses han sido ampliamente comentadas desde el mismo momento en que las cifras oficiales se han hecho públicas, por lo que no seremos reiterativos en ese aspecto.

Pero al hilo de la publicación hoy -en menos de una hora- de un importante indicador relativo a la situación laboral en Estados Unidos - el denominado "Change in Non-farm Payrolls" (Variación en las Nóminas no agrícolas) correspodiente al pasado mes de diciembre, aprovecharemos para comentar el mismo brevemente. Dicho indicador, referido habitualmente como NFP, expresa la variación mensual del empleo excluido el sector agrario y es considerado el mas completo indicador de la situación laboral en aquel país, por lo que cualquier desviación entre el dato oficial y el anticipado por los mercados tiene habitualmente un importante efecto sobre los mismos, particularmente perceptible en las bolsas de valores y mercados de divisas.

Pues bien. El pasado mes de noviembre, el valor del NFP fue de -533.000, es decir, que el empleo se redujo en dicha cifra. Por otra parte, el consenso de los analistas para diciembre es que su valor estará también alrededor de -500.000. Al ser el indicador ampliamente seguido y anticipado por los analistas debido a su poderoso efecto antes comentado, no suele haber grandes sorpresas.

En consecuencia, y dando por bastante aproximada la anticipación mencionada, tenemos que en dos meses se habrán destruido en Estados Unidos mas de un millón de empleos.

Si consideramos que el ciclo económico en Estados Unidos suele evolucionar anticipadamente en relación con la situación europea, y teniendo en cuenta que se viene señalando agosto de 2007 como la fecha oficiosa de comienzo de la actual crisis en dicho país, podemos prever que -en contra de lo que el ministro Corbacho ha afirmado, el paro en nuestro país no ha tocado techo y probablemente lo peor todavía no haya llegado.

Y es que, "cuando las barbas de tu vecino veas afeitar...".

viernes, 2 de enero de 2009

¿Por qué somos mileuristas?

Es un lugar común afirmar que, a pesar de que las nuevas generaciones que se incorporan al mercado de trabajo son las más preparadas de toda la historia de este país, su nivel de cualificación no se refleja en los salarios que perciben y que a duras penas superan el umbral de los mil euros mensuales. Pero, ¿por qué somos un país de mileuristas?

A través de unas pocas operaciones de aritmética elemental podemos establecer una sencilla conexión entre los salarios y la realidad productiva del país. Aviso que mi objetivo no es, desde luego, académico, sino meramente ilustrativo, por lo que me contento con utilizar valores aproximados, pero que no modifican sustancialmente las conclusiones.

Considerando que el PIB español es del orden de un billón de euros y que la participación de los salarios en dicha tarta es de -aproximadamente- el 46,5% (unos 465.000 millones de euros), dividiendo esta cifra entre los 22 millones aproximados de empleados existentes, obtenemos un salario medio anual de 21.136,36 euros, que en términos mensuales supone 1.761,30 euros brutos, es decir, antes de impuestos.

O sea, que -estadísticamente-, cada trabajador percibe dicha cantidad. Y recordemos aquélla definición de estadística: si tú te comes un pollo entero y yo ninguno, la estadística dice que cada uno hemos comido medio pollo.

Si tenemos en cuenta que tanto la antigüedad en el empleo como la promoción dentro de la empresa constituyen factores determinantes en el incremento de las remuneraciones percibidas por los trabajadores y que ambas son función del tiempo, veremos que el mero transcurso del mismo se convierte en un factor discriminatorio entre los trabajadores, sin atender a su cualificación.
Supongamos una persona que lleva 20 años trabajando en la misma gran empresa. Su hijo, al terminar sus estudios, entra en la misma empresa y con la misma categoría que el padre. ¿Percibirán ambos el mismo salario? Obviamente, no.

Se puede alegar que la diferencia de remuneración es debida a la mayor experiencia laboral del padre, lo que redundará en una mayor productividad para la empresa. Pero si la labor a realizar no exige una gran cualificación, es posible que la diferencia desaparezca en un plazo no muy largo, digamos uno o dos años. Sin embargo y casi con total certeza, dicho tiempo no habrá sido suficiente para equiparar los salarios de ambos. Es decir, existe una transferencia de renta desde el hijo hacia el padre, desde las capas más jóvenes de la población laboral hacia las de mayor edad.

Como en cualquier otra economía, la estructura de los salarios en España responde obviamente a factores estructurales de la propia economía. Por un lado, la estructura del propio mercado laboral,
cuyas rigideces posibilitan la mencionada transferencia de renta de unos grupos de trabajadores a otros. Y por otro, la participación global de los salarios en el PIB, que en estos momentos se encuentra en mínimos históricos.

Y como de donde no hay no se puede repartir, la existencia de esa amplia capa de trabajadores "mileuristas" en el seno de la economía española sólo puede cambiarse con modificaciones estructurales de la propia economía: modificación de la estructura productiva, de manera que disminuya el peso de aquéllos sectores de baja cualificación, como hostelería, turismo, o construcción, sustituyéndolos por otros con elevada aportación tecnológica; liberalización del mercado de trabajo, que reduzca las diferencias debidas únicamente al mero transcurso del tiempo; y cambios fiscales, que modifiquen la distribución de la renta entre capital y trabajo.