viernes, 2 de enero de 2009

¿Por qué somos mileuristas?

Es un lugar común afirmar que, a pesar de que las nuevas generaciones que se incorporan al mercado de trabajo son las más preparadas de toda la historia de este país, su nivel de cualificación no se refleja en los salarios que perciben y que a duras penas superan el umbral de los mil euros mensuales. Pero, ¿por qué somos un país de mileuristas?

A través de unas pocas operaciones de aritmética elemental podemos establecer una sencilla conexión entre los salarios y la realidad productiva del país. Aviso que mi objetivo no es, desde luego, académico, sino meramente ilustrativo, por lo que me contento con utilizar valores aproximados, pero que no modifican sustancialmente las conclusiones.

Considerando que el PIB español es del orden de un billón de euros y que la participación de los salarios en dicha tarta es de -aproximadamente- el 46,5% (unos 465.000 millones de euros), dividiendo esta cifra entre los 22 millones aproximados de empleados existentes, obtenemos un salario medio anual de 21.136,36 euros, que en términos mensuales supone 1.761,30 euros brutos, es decir, antes de impuestos.

O sea, que -estadísticamente-, cada trabajador percibe dicha cantidad. Y recordemos aquélla definición de estadística: si tú te comes un pollo entero y yo ninguno, la estadística dice que cada uno hemos comido medio pollo.

Si tenemos en cuenta que tanto la antigüedad en el empleo como la promoción dentro de la empresa constituyen factores determinantes en el incremento de las remuneraciones percibidas por los trabajadores y que ambas son función del tiempo, veremos que el mero transcurso del mismo se convierte en un factor discriminatorio entre los trabajadores, sin atender a su cualificación.
Supongamos una persona que lleva 20 años trabajando en la misma gran empresa. Su hijo, al terminar sus estudios, entra en la misma empresa y con la misma categoría que el padre. ¿Percibirán ambos el mismo salario? Obviamente, no.

Se puede alegar que la diferencia de remuneración es debida a la mayor experiencia laboral del padre, lo que redundará en una mayor productividad para la empresa. Pero si la labor a realizar no exige una gran cualificación, es posible que la diferencia desaparezca en un plazo no muy largo, digamos uno o dos años. Sin embargo y casi con total certeza, dicho tiempo no habrá sido suficiente para equiparar los salarios de ambos. Es decir, existe una transferencia de renta desde el hijo hacia el padre, desde las capas más jóvenes de la población laboral hacia las de mayor edad.

Como en cualquier otra economía, la estructura de los salarios en España responde obviamente a factores estructurales de la propia economía. Por un lado, la estructura del propio mercado laboral,
cuyas rigideces posibilitan la mencionada transferencia de renta de unos grupos de trabajadores a otros. Y por otro, la participación global de los salarios en el PIB, que en estos momentos se encuentra en mínimos históricos.

Y como de donde no hay no se puede repartir, la existencia de esa amplia capa de trabajadores "mileuristas" en el seno de la economía española sólo puede cambiarse con modificaciones estructurales de la propia economía: modificación de la estructura productiva, de manera que disminuya el peso de aquéllos sectores de baja cualificación, como hostelería, turismo, o construcción, sustituyéndolos por otros con elevada aportación tecnológica; liberalización del mercado de trabajo, que reduzca las diferencias debidas únicamente al mero transcurso del tiempo; y cambios fiscales, que modifiquen la distribución de la renta entre capital y trabajo.


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