domingo, 25 de enero de 2009

Productividad a la española

En mi anterior post, "Camareros y albañiles", hacía alguna referencia de pasada al tema de la productividad de nuestra economía. No me resisto a caricaturizar lo que podría ser la jornada de trabajo de cualquier funcionario o empleado de más de una gran empresa. No pretende ser mas que eso, una caricatura. Y como todas las caricaturas, no constituye una representación "naturalista" del personaje. Pero seguro que muchos adivinarán sus rasgos en la caricatura.

Comencemos por la llegada al puesto de trabajo. Diez minutos tarde, porque el tráfico estaba fatal, el autobús no llegaba (por el mismo motivo) o es que aparcar está imposible. 'Claro, claro...', comprensión y complicidad generalizada por parte de todos los compañeros, e incluso de los jefes. Estamos acostumbrados, al fin y al cabo nos ocurre casi cada día. Sin embargo, nadie parece caer en la cuenta de que, saliendo diez minutos antes de nuestra casa, el problema no existiría.

Tras cinco minutos en el puesto de trabajo, durante los cuales aprovechamos para ordenar un poco la mesa que abandonamos precipitadamente el día anterior al llegar la hora de salida -no podíamos perder ni un segundo, porque si no, llegamos a las tantas a casa- acudimos al lavabo ( ¡Es que no he tenido tiempo ni de terminar de pintarme...). Tras unos minutos retocándonos e intercambiando impresiones con otros compañeros, volvemos a nuestra mesa, no sin antes pasar por la máquina del café, ante la cual invertimos otros pocos minutos.

De nuevo en nuestra mesa. Consultamos nuestro correo profesional. De paso, aprovechamos -es sólo un momento- para revisar el nuestro particular usando medios y tiempo de la empresa. Puede que incluso, ya puestos, aprovechemos para consultar por internet las últimas noticias sobre temas de nuestro interés (si es lunes, con más motivo, ya que necesitaremos conocer todos los comentarios sobre lo ocurrido en la jornada deportiva del domingo. Lo hacemos impunemente, sin tapujos, no hay nada malo, es nuestro derecho, faltaría más!, ya que el simple hecho de que sea la empresa la que paga y pone a nuestra disposición el ordenador con conexión a Internet para facilitar nuestro trabajo, no le dá derecho a inmiscuirse en nuestra intimidad vigilando o limitando el uso que hacemos de esos medios de producción. Además, así lo ha entendido -y consagrado- más de un juzgado de lo social cuando, alguna empresa, se ha atrevido a intentar limitar o impedir de alguna manera, el uso por parte de sus empleados de las conexiones a internet en el puesto de trabajo para fines particulares, por lo que podemos hacerlo con la más absoluta tranquilidad. Aprovechamos que el teléfono es gratis -para nosotros- para hacer algunas llamadas particulares que tenemos pendientes.

Pensamos que ya es momento de empezar en serio. Iniciamos nuestra labor profesional, nuestro trabajo: aquel por el que la empresa nos paga, sea cual sea. Durante esos breves minutos, experimentamos una profunda autosatisfacción al tomar conciencia de nuestro nivel de compromiso y entrega con la misma, a pesar de las "malas" condiciones de trabajo, su "dureza" y el "escaso" sueldo que percibimos.

Caemos en la cuenta de que el ticket de la O.R.A. está a punto de caducar. Le decimos al compañero: "Si pregunta el jefe, que he bajado a la calle a renovar el ticket", y abandonamos la oficina precipitadamente. Bajamos a la calle, buscamos la maquinita más próxima y -ya sin prisa- nos dirigimos a nuestro coche correctamente aparcado. Colocamos el ticket que nos evitará una dolorosa multa. Volvemos tranquilamente hacia nuestra oficina, disfrutando del magnífico dia que hoy hace.

De nuevo en nuestro puesto de trabajo. Reanudamos una vez más nuestra espasmódica labor. Nuestro trabajo discurre con normalidad y eficacia durante algunos minutos: hemos avanzado mucho, estamos satisfechos. De pronto, experimentamos la aguda necesidad de echar un cigarrito. Es un derecho del trabajador, está recogido en convenio. Como no se puede fumar en la oficina (las tonterías de los no fumadores), tendremos que bajar a la calle, qué remedio... Nos vemos "obligados" a interrumpir nuestro trabajo una vez más en contra de nuestro deseo, que hubiera sido continuar con lo que estábamos haciendo, ahora que ya habíamos entrado en calor...

Cuando estamos subiendo hacia nuestra oficina, nos cruzamos con varios compañeros: "Venga, vente con nosotros, que es la hora de almorzar, vamos ahí al lado, al bar ese que ponen el café tan bueno, tres o cuatro calles más abajo...". Les acompañas. Al fin y al cabo es la hora de almorzar y tienes todo el derecho.

Entre café, cigarrillo, más llamadas particulares, nuevas consultas a nuestro correo -privado-, consultas a las ultimas noticias y alguna que otra -eso sí, breve- charla con algún compañero que viene a interrumpirnos para comentarnos algún tema personal y al que no podemos dejar de escuchar, va transcurriendo -lentamente- la jornada...

Cuando faltan 15 minutos, caemos en la cuenta de que precisamente hoy no podemos llegar tarde a casa. Es imperativo que estemos allí antes de tal hora (no importa el motivo). Por ello, nos dirigimos a nuestro jefe inmediato y le explicamos nuestro problema: "Fernando, es que tengo que estar hoy en casa antes de las cuatro sin falta, no te importa que me vaya ya, verdad?

Fernando, cuyo sueldo no depende en absoluto de nuestro rendimiento -ni siquiera del suyo- nos contesta sin dudar: "Claro, claro, vete ya, no te preocupes...". Aprovechamos una vez más que el teléfono es gratis -para nosostros- para informar del éxito de nuestra gestión: "Que ya salgo para allá". Terminamos de ponernos el abrigo y nos lanzamos al ascensor. Otro duro día de trabajo acaba de terminar.

Por la tarde, reunión con unos amigos. Entre broma y broma, se intercalan comentarios sobre temas realmente serios: lo mal que se está poniendo el trabajo, lo difícil que resulta en este país conciliar la vida laboral y personal, lo poco que nos pagan y lo caro que está todo, hay que ver como nos explotan, lo mal que funciona el transporte público, la cantidad de dinero que nos descuentan por el IRPF, el tiempo que desperdiciamos en ir y volver del trabajo...

Mucho de lo escrito más arriba forma parte de nuestra cultura laboral. Situaciones que los trabajadores perciben como derechos adquiridos de facto, cuando no se encuentran incluso jurídicamente protegidos, al venir recogidos en los convenios colectivos.

¿Podría ser que lo que hemos llamado nuestra cultura laboral tenga algo que ver con el hecho de que en estos momentos España tenga una tasa de paro que duplica la media de la UE?.


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